martes, 24 de mayo de 2011
miércoles, 16 de marzo de 2011
¿Sabías que...?
¿Una maldición en la tumba de Tutankhamon?
En la década de los años 1920, el egiptólogo Howard Carter descubrió la existencia de un faraón de la XVIII dinastía hasta entonces desconocido, y convenció a Lord Carnarvon para que financiase la búsqueda de la tumba que se suponía intacta en el Valle de los Reyes. El 4 de noviembre de 1922 se descubrieron los escalones que descendían hasta una puerta que aún mantenía los sellos originales. El 26 de noviembre, en presencia de la familia de Lord Carnarvon, se hizo el famoso agujero en la parte superior de la puerta por el que Carter introdujo una vela y vio según sus palabras «cosas maravillosas».
A partir de este momento, se produjeron una serie de sucesos apraentemente misteriosos, aunque no de imposible explicación... Varias personas, no siempre relacionadas directamente con el descubrimiento, murieron de forma extraña o poco habitual. ¿Venganza de Tutankhamon?
Por aquellas fechas, Lord Carnavon tenía 57 años, fue víctima de la picadura de un mosquito en una mejilla que, por mala suerte para unos o bien por venganza del faraón para otros, se cortó en el mismo lugar al afeitarse. La picadura se infectó y debilitado enfermó de neumonía. Tanto su compañero Carter como su hijo que estaba en la India marcharon hacia el Cairo. Allí descubrieron que Lord Carnavon desvariaba y hablaba de Tutankhamon. Éste fallecía el 5 de abril de 1923, sus últimas palabras fueron: "he escuchado su llamada y el sigo".
A esa misma hora se produjeron dos curiosos incidentes, un inexplicable apagón dejó a oscuras a toda la ciudad, por cierto, cuando volvíó la luz el rostro de Carnavon reflejaba una sensación de pánico indescriptible. El mismo día y casi a la misma hora, su perra foxterrier, comenzó a dar señales de inquietud, y cayó muerta, sin explicación razonable.
James Henry Breasted fue uno de los pocos privilegiados que asistió a la "apertura oficial" del sepulcro. Algún tiempo después cayó enfermo, con fuertes accesos de fiebre, falleciendo finalmente a bordo del barco en el que regresaba a los Estados Unidos.
Poco después del sensacional descubrimiento, un profesor de literatura, apellidado La Fleur, viajó hasta Luxor con permiso para visitar la tumba real. Regresó muy nervioso al hotel, y al anochecer se sintió indispuesto, con una fiebre altísima que le causó la muerte en pocas horas. Aubrey Herbert, de 48 años de edad, y poco después la enfermera que durante días había atendido a Carnavon fallecieron. No salieron mejor librados los doctores Derry, quien hizo la autopsia de la momia real y Reed, famoso radiólogo que había examinado detenidamente la momia.
La "mala suerte", para unos, las "coincidencias" para otros, o la "venganza del faraón", para el resto, se relacionaron con numerosas y extrañas muertes, en las que parecía haber algunos puntos en común. Y de este modo, se fue agrandando una lista de personas que poco a poco irían falleciendo.
Howard Carter, que no sólo no creía en la supuesta "maldición", sino que la combatió con ahínco, siendo precisamente, quien más debía temerla, falleció, el 2 de marzo de 1939, a los 70 años de edad.
Sin embargo, tantas muertes en cadena no son suficientes para respaldar la idea de la maldición, la supuesta venganza del faraón desde la tumba para quienes osaron profanarlo. Todas esas defunciones, no son del todo raras, y más por aquella época con el clima de Egipto peculiarmente favorecedor de enfermedades.
Muchas hipótesis se han vertido sobre este tema, como posibles hongos microscópicos encerrados en el aire corrompido de milenios, llegando a infectar a quienes respiraran ese aire, está hipótesis es mucho más plausible que la existencia de la maldición.
Está demostrado que la maldición jamás existió, pero hay que reconocer que sirvió para algo. Sirvió para que un faraón de segunda clase, de un periodo decadente, se haya convertido en el faraón más conocido y famoso de todos los tiempos, siendo su tumba una de las más visitadas desde entonces en el valle de los reyes.
Querido alumno, yo por si acaso, no ofendería al faraón, mejor dejarlo tranquilo.
En la década de los años 1920, el egiptólogo Howard Carter descubrió la existencia de un faraón de la XVIII dinastía hasta entonces desconocido, y convenció a Lord Carnarvon para que financiase la búsqueda de la tumba que se suponía intacta en el Valle de los Reyes. El 4 de noviembre de 1922 se descubrieron los escalones que descendían hasta una puerta que aún mantenía los sellos originales. El 26 de noviembre, en presencia de la familia de Lord Carnarvon, se hizo el famoso agujero en la parte superior de la puerta por el que Carter introdujo una vela y vio según sus palabras «cosas maravillosas».
A partir de este momento, se produjeron una serie de sucesos apraentemente misteriosos, aunque no de imposible explicación... Varias personas, no siempre relacionadas directamente con el descubrimiento, murieron de forma extraña o poco habitual. ¿Venganza de Tutankhamon?
Por aquellas fechas, Lord Carnavon tenía 57 años, fue víctima de la picadura de un mosquito en una mejilla que, por mala suerte para unos o bien por venganza del faraón para otros, se cortó en el mismo lugar al afeitarse. La picadura se infectó y debilitado enfermó de neumonía. Tanto su compañero Carter como su hijo que estaba en la India marcharon hacia el Cairo. Allí descubrieron que Lord Carnavon desvariaba y hablaba de Tutankhamon. Éste fallecía el 5 de abril de 1923, sus últimas palabras fueron: "he escuchado su llamada y el sigo".
A esa misma hora se produjeron dos curiosos incidentes, un inexplicable apagón dejó a oscuras a toda la ciudad, por cierto, cuando volvíó la luz el rostro de Carnavon reflejaba una sensación de pánico indescriptible. El mismo día y casi a la misma hora, su perra foxterrier, comenzó a dar señales de inquietud, y cayó muerta, sin explicación razonable.
James Henry Breasted fue uno de los pocos privilegiados que asistió a la "apertura oficial" del sepulcro. Algún tiempo después cayó enfermo, con fuertes accesos de fiebre, falleciendo finalmente a bordo del barco en el que regresaba a los Estados Unidos.
Poco después del sensacional descubrimiento, un profesor de literatura, apellidado La Fleur, viajó hasta Luxor con permiso para visitar la tumba real. Regresó muy nervioso al hotel, y al anochecer se sintió indispuesto, con una fiebre altísima que le causó la muerte en pocas horas. Aubrey Herbert, de 48 años de edad, y poco después la enfermera que durante días había atendido a Carnavon fallecieron. No salieron mejor librados los doctores Derry, quien hizo la autopsia de la momia real y Reed, famoso radiólogo que había examinado detenidamente la momia.
La "mala suerte", para unos, las "coincidencias" para otros, o la "venganza del faraón", para el resto, se relacionaron con numerosas y extrañas muertes, en las que parecía haber algunos puntos en común. Y de este modo, se fue agrandando una lista de personas que poco a poco irían falleciendo.
Howard Carter, que no sólo no creía en la supuesta "maldición", sino que la combatió con ahínco, siendo precisamente, quien más debía temerla, falleció, el 2 de marzo de 1939, a los 70 años de edad.
Fuente: tejiendoelmundo.wordpress.com |
Muchas hipótesis se han vertido sobre este tema, como posibles hongos microscópicos encerrados en el aire corrompido de milenios, llegando a infectar a quienes respiraran ese aire, está hipótesis es mucho más plausible que la existencia de la maldición.
Está demostrado que la maldición jamás existió, pero hay que reconocer que sirvió para algo. Sirvió para que un faraón de segunda clase, de un periodo decadente, se haya convertido en el faraón más conocido y famoso de todos los tiempos, siendo su tumba una de las más visitadas desde entonces en el valle de los reyes.
Querido alumno, yo por si acaso, no ofendería al faraón, mejor dejarlo tranquilo.
martes, 1 de marzo de 2011
miércoles, 2 de febrero de 2011
¿Sabías que...?
El Hallazgo de la Cueva de Altamira.
En Cantabria, cerca de Santillana del Mar se encuentra la cueva de Altamira, uno de los conjuntos de arte rupestre más importante del mundo.
Allí, Modesto Cubillas explotaba unas tierras de pasto que había alquilado a don Marcelino Sanz de Sautuola. Un día, paseando por una de las praderas que tenía por nombre Altamira, vio que su perro desaparecía por una pequeña grieta entre rocas y maleza. Como tardaba en aparecer, lo llamó, pero el animal no respondía. Al ir a buscarlo, removió algunas piedras y pudo darse cuenta de que aquello era la entrada de una gran caverna. En el interior, a pocos metros, su perro olfateaba unos huesos.
Don Marcelino Sanz de Sautuola, aficionado a los estudios de la prehistoria, mostró desde pequeño su interés en las ciencias naturales, la botánica y la geología. De hecho, fue él quien plantó el primer ejemplar de eucalipto en Cantabria hace ya casi 150 años.
En la visita a la Exposición Universal celebrada en París, en el año 1878, observa las colecciones expuestas de artículos prehistóricos, las cuales le causan tal impresión que se ve motivado a explorar mejor su tierra natal.
De hecho lo que allí contempló con sorpresa fueron numerosos fósiles y piezas de silex semejantes a las que él hallaba y coleccionaba en sus paseos por los montes. Por ello, ya de vuelta se puso manos a la obra y exploró distintas cuevas que se encontraban en los alrededores de esa sierra.
Además de arrendarle algunos pastos a Modesto, Sautuola le encargaba trabajos -entre otros- de poda de árboles. En uno de sus frecuentes encuentros, le relató el suceso del perro y la existencia de aquella caverna oculta entre la maleza.
Don Marcelino, que para entonces ya había explorado muchas de las cuevas del entorno, decidió ir a visitar aquel extraño lugar que le había descrito Modesto. Corría el año 1876. Ya en la primera inspección de la cueva encontró el mayor número de restos de fauna y útiles de uso cotidiano antiguos que jamás había visto. También observó grabados y pequeñas pinturas en las paredes de las cinco galerías que componen la caverna.
Hizo más visitas a Altamira, en las que reunió más herramientas de silex y objetos. Sin embargo, no advirtió que por encima de su cabeza había un inmenso lienzo con pinturas que decoraban el techo de la sala principal.
Tres años más tarde, en 1879, hizo una nueva visita a la caverna, esta vez acompañado de su pequeña hija María Justina, de ocho años. Mientras don Marcelino inspeccionaba el suelo y las paredes, la niña, mirando al techo, pronunció la célebre frase: "¡Papá, mira! ¡Bueyes pintados!"
Sautuola quedó inmóvil, extasiado ante las pinturas que su hija le acababa de revelar. Inmediatamente, fue consciente de la importancia del hallazgo.
En un principio, la noticia fue recibida con muchas dudas y recelos por parte de los prehistoriadores franceses, considerándose que eran falsas, a pesar de las evidencias, A pesar de ello, años más tarde se admitió la autenticidad de dichos hallazgos. Fue el propio H. Breuil quien la definió como la "Capilla Sixtina del arte paleolítico".
Fuente: http://www.docuciencia.es/
En Cantabria, cerca de Santillana del Mar se encuentra la cueva de Altamira, uno de los conjuntos de arte rupestre más importante del mundo.
Allí, Modesto Cubillas explotaba unas tierras de pasto que había alquilado a don Marcelino Sanz de Sautuola. Un día, paseando por una de las praderas que tenía por nombre Altamira, vio que su perro desaparecía por una pequeña grieta entre rocas y maleza. Como tardaba en aparecer, lo llamó, pero el animal no respondía. Al ir a buscarlo, removió algunas piedras y pudo darse cuenta de que aquello era la entrada de una gran caverna. En el interior, a pocos metros, su perro olfateaba unos huesos.
Don Marcelino Sanz de Sautuola |
Don Marcelino Sanz de Sautuola, aficionado a los estudios de la prehistoria, mostró desde pequeño su interés en las ciencias naturales, la botánica y la geología. De hecho, fue él quien plantó el primer ejemplar de eucalipto en Cantabria hace ya casi 150 años.
En la visita a la Exposición Universal celebrada en París, en el año 1878, observa las colecciones expuestas de artículos prehistóricos, las cuales le causan tal impresión que se ve motivado a explorar mejor su tierra natal.
De hecho lo que allí contempló con sorpresa fueron numerosos fósiles y piezas de silex semejantes a las que él hallaba y coleccionaba en sus paseos por los montes. Por ello, ya de vuelta se puso manos a la obra y exploró distintas cuevas que se encontraban en los alrededores de esa sierra.
Además de arrendarle algunos pastos a Modesto, Sautuola le encargaba trabajos -entre otros- de poda de árboles. En uno de sus frecuentes encuentros, le relató el suceso del perro y la existencia de aquella caverna oculta entre la maleza.
Don Marcelino, que para entonces ya había explorado muchas de las cuevas del entorno, decidió ir a visitar aquel extraño lugar que le había descrito Modesto. Corría el año 1876. Ya en la primera inspección de la cueva encontró el mayor número de restos de fauna y útiles de uso cotidiano antiguos que jamás había visto. También observó grabados y pequeñas pinturas en las paredes de las cinco galerías que componen la caverna.
Su hija María |
Tres años más tarde, en 1879, hizo una nueva visita a la caverna, esta vez acompañado de su pequeña hija María Justina, de ocho años. Mientras don Marcelino inspeccionaba el suelo y las paredes, la niña, mirando al techo, pronunció la célebre frase: "¡Papá, mira! ¡Bueyes pintados!"
Sautuola quedó inmóvil, extasiado ante las pinturas que su hija le acababa de revelar. Inmediatamente, fue consciente de la importancia del hallazgo.
En un principio, la noticia fue recibida con muchas dudas y recelos por parte de los prehistoriadores franceses, considerándose que eran falsas, a pesar de las evidencias, A pesar de ello, años más tarde se admitió la autenticidad de dichos hallazgos. Fue el propio H. Breuil quien la definió como la "Capilla Sixtina del arte paleolítico".
Fuente: http://www.docuciencia.es/
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